lunes, 25 de enero de 2010

RUTA LAYNA-JUDES-LAYNA

Esta era una de esas rutas a la que teníamos ganas. A pesar de estar dentro de los límites provinciales, la larga distancia a la que estan estos pueblos, más allá de Medinaceli, nos hacía perezosos a realizarla. Pero animados por uno de los colegas (que al final curiosamente no pudo venir) nos decidimos a recorrer los 12 kilómetros que separan las localidades de Layna y Judes. pueblos de sonoros nombres, ásperos páramos y espesos sabinares.
Nos desplazamos temprano hasta "donde Cristo perdió el mechero" como se dice popularmente y a las 10 (+-) estábamos en marcha, un poco temerosos porque muchos hombres de verde y con escopetas salían de Layna a la vez que nosotros. La primera parte tras ascender al cerro con las antenas de telecomunicaciones este pueblo trasncurría inicialmente por un austero páramo (por donde seguro se agazapaba alguna Alondra de Dupont) y después se adentraba en el encinar. Todo esto lleno de piedras calizas y barro que convertía la marcha en un poco más incómoda.



El trayecto tenía una sucesión paisajística similar: monte con más o menos arbolado y valle con cultivos, y así hasta entrar en los dominios de la sabina.


La foto que hay a continuación es curiosa. La podéis ampliar un poco más. Ese punto negro de la izquierda es Bondi, mi perro. El otro punto más pequeño del fondo, casi fuera del sembrado, casi en la sabina es un "peaso" jabali que a duras penas corría entre el barro de la finca.


Esta es una pamorámica de la famosa laguna de Judes. Un poco "judas", porque no había ni gota de agua. Más tarde nos enteramos que ya hace más de 7 años que no la ven con líquido.

Llegamos a Judes y nos sorprendio gratamente su arquitectura tradicional y la amabilidad de sus vecinos. Aunque normalmente no hay muchos vecinos, la cacería había animado el fin de semana.


Este azulejo a la salida del pueblo me resulta muy típico. En San Pedro Manrique todavía lo conservan cuando entras desde Bea. Me hace gracia lo de "Partido de Medinaceli"


Después de unos parloteos en el bar con los autóctonos y de reponer fuerzas, retomamos el camino desandando nuestros pasos. El día se volvió un poco más gris, pues la niebla, a girones, cubría los campos.


El agua caida había espabilado un poco el suelo, se notaba la hierba más verde que hace unos pocos meses.



Poco a poco recorrimos los 24 kilómetros que tenía el paseo. Aprendimos varias lecciones. Una, que las lagunas endorraicas (como es la de Judes) no son de fiar. Dos, que no había que hacer caso a la señalización del G.R. al que pertenece esta etapa, pues marcaba la mitad de kilómetros. Y tres, que no hay que cruzar los campos cuando hace tan poco que han tenido nieve. Una bonita foto de nuestras botas es testigo de ello.






























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